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jueves, 17 de junio de 2010

El torito...


I

Hace dos fines de semana pasé una de las peores experiencias de toda mi vida: me agarró el jodido alcoholímetro, y los malditos policías que por lo general son re-corruptos, no quisieron dejarse llevar por Sorjuana y una hermana, o sea $400 que era lo que traía en la cartera. En cambio me hicieron soplarle varias veces a la cosa esa hasta que rebasé lo permitido (ahora sé que solo lo pueden hacer una sola vez…). Luego el que llenaba la cédula de remisión tampoco quiso. Fue de esa forma como a un servidor lo llevador (por primera vez en su vida) a los separos del juzgado cívico.

II.
Hace dos meses que fui al juzgado cívico de Coyoacán a levantar un acta por extravío de una tarjeta de circulación de Moni. En aquella ocasión, dado que la maldita gorda no quería hacer su trabajo, me vi obligado a llamar a la contraloría para que le llamaran la atención. Al final, la levantó a regañadientes, es decir, mentándomela para sus adentros.

III.
Llegué al juzgado cívico y quién creen que era el juez cínico? La misma que ya me odiaba de meses antes! Seguramente rió y disfrutó verme ahí atrapado en aquella ratonera de 2 X 3 metros…
La infeliz falseó los datos del médico legista, en donde decían que estaba coherente, consciente y con reflejos normales. No me quiso ni dar mi copia. Como al llegar saludé a un judicial que conocía de años, me amenazó con “cuadrármela por tráfico de influencias”. Más jodido no se puede estar.
Pues en aquella inhumana celda permanecimos hasta la 1 de la tarde, sin poder estirar los pies, con un hedor insoportable (vomité del asco que me producía ver cagar a 3 sujetos en un diminuto agujero que hacía las veces de letrina, y sin ventilación…). A la 1 nos trasladaron al famoso torito, un pequeño centro penitenciario pero que se usa solo para faltas administrativas, aunque se rige por las mismas normas. Con decirles que el baño del comienzo de trainspotting está fresa a comparación. Un olor a miados constante que te entumece el olfato y un transcurrir de los minutos que se hace eterno. Así estuvimos hasta las 4, hora de las visitas.
Como no había tenido tiempo de avisarle a mi familia, no esperaba a nadie. Muchísimos reclusos recibieron su visita. Yo extrañaba sobremanera a mi familia. Me sentía como impotente, desesperado, cuando en eso escuché mi nombre. Salí de la celda y avancé hacia el comedor (área reservada para las visitas). En eso que llega mi mamá y Moni. Ipso facto acudieron las lágrimas a mi rostro. Las abracé efusivamente largamente. El rato que estuvieron ahí fue suficiente para darme la fuerza que necesitaba para soportar aquella pesadilla. Un rato en el patio, una cena asquerosa (el pelo no podía faltar…) y dos horas nuevamente en la celda. Finalmente para no hacer más larga esta historia, salí a las 11pm. Nunca me había hecho falta tanto el aire fresco con aroma a libertad.

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